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Mi tío Jesús tenía una tienda de abarrotes. Después de una visita a su tienda, mi mamá descubrió que yo andaba quemando cerillos. “Me los encontré” dije entonces para justificar la posesión. No me creyeron y de mano de mi madre regresé a la tienda del tío a devolver lo mal habido. Así nos educaron nuestros padres.

La honradez se enseña con el ejemplo. Un padre de familia que es responsable en su trabajo, aunque no salga nunca de pobre, heredará a sus hijos una riqueza imponderable: su honradez.

Una pobreza digna jamás ha hecho daño a nadie; una riqueza mal habida mina el respeto de los hijos a los padres a quienes verán siempre como a personas deshonestas y sin autoridad moral.

Los niños aprenden en el hogar los límites que impone la propiedad privada. Ellos saben que deben respetar los bienes de los hermanos y, en cambio, saben también que deben compartir esos bienes con los demás miembros de la familia.

Queridos papás…

• Nunca permitan que su hijo robe algo en el supermercado, aunque nadie lo vea.

• Nunca permitan que se cuele sin pagar por más necesidades que tengan.

• Nunca permitan que se apropie de un lugar que no le corresponde en las filas de espera.

• Nunca permitan que traiga a casa un objeto que no es suyo.

• Nunca permitan que invente faltas de sus hermanos ni de ninguna otra persona, porque ellos tienen derecho a su buena fama.

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